“El hombre blanco”. Lyonel Feininger

Lyonel Feininger
“El hombre blanco”. 1907
Óleo sobre lienzo, 68 x 52 cm.
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza
Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid

Esta obra, una de las primeras que pintó Lyonel Feininger cuando decidió que iba a dejar la ilustración para hacerse pintor de brocha fina, trae locos a los estudiosos. No acaban de ponerse de acuerdo sobre la identidad de este señor de piernas larguísimas, vestido de blanco, que pasea cabizbajo y pensativo por la calle. Podría ser un autorretrato del propio artista, o quizás no lo sea. En vez de meternos en conjeturas, considero mucho más práctico y productivo disfrutar de la obra tal cual: una imagen urbana del París de principios del siglo XX. Sabemos que es París porque allí es donde vivía Feininger en ese momento y porque la torre roja del fondo es la Tour Clovis, el campanario de la desaparecida abadía de Sainte-Geneviève, que actualmente forma parte del edificio del Lycée Henri IV, la fachada verde que vemos tras las figuras.

El hombre blanco es un cuadro de contrastes. Contrastes de escala, de color y de claroscuro. Representa el anochecer de un día cualquiera, de ahí el resplandor rojo de la torre, el que algunos edificios sigan iluminados mientras que otros están en sombra, y las luces encendidas de algunas de las ventanas. El mayor contraste lo forman los dos peatones que caminan por la calle, uno vestido de blanco y otro de negro, uno delgado y otro gordo, uno enorme y otro diminuto. En estas dos figuras es donde mejor apreciamos el pasado de Feininger como caricaturista.

A pesar de que el lienzo no es muy grande, el hombre blanco es una figura monumental. ¿Por qué nos parece tan grande? En primer lugar, por la diferencia exagerada de escala respecto a los edificios y al señor de negro; en segundo lugar, porque Feininger está utilizando un punto de vista bajo, obligándonos a mirar hacia arriba para observar su rostro; y en tercer lugar, porque su cuerpo queda comprimido dentro de los límites del lienzo, incluso tiene que encorvarse un poco para que su cabeza no se salga del mismo.

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